Hoy vamos a dar
un paseo por el Mercado de la Cebada.
Es fácil que
hayáis visto alguna foto del edificio antiguo, el de hierro, o del actual, una
mole de hormigón con seis cúpulas, hoy de colores que, junto con su fachada, forman
el mural de arte urbano más grande de España.
Pero lo que os quiero
contar son las historias que encierra este edificio. Historias de comerciantes
y clientes, que pueden llegar a ser la cuarta generación de la misma familia.
Empiezo mi
recorrido por la carnicería Crespo que tiene el honor de ser la más antigua del
mercado. Me cuenta que su abuelo fue uno de los comerciantes presentes en la
inauguración del mercado antiguo por Alfonso XIII. El nuevo ya no le conoció,
como tampoco su padre, que murió joven. Su madre y él han trabajado duro en el
puesto que tiene ahora. Su hijo estuvo con él diez años pero buscó su futuro
fuera de aquí. Esto ya no es lo que era. Ha dirigido la cooperativa quince años
y ahora está muy desencantado. No cree que este espacio continúe en el tiempo.
Pedro, tras su
mostrador con embutidos de todo tipo, recuerda cuando empezó a trabajar en este
mismo lugar. Corría el año 1975. El dueño del negocio, cuya historia comenzó en
1914 y su empleado de toda la vida, se estaban haciendo mayores y necesitaban
un ayudante. Para Pedro no sólo iba a suponer escribir la primera página de su
futuro profesional, ya que terminaría comprando el negocio, si no que su futuro
personal se iba a ligar a esos pocos metros. La hija del ayudante, Toñi, se
convertiría en su mujer.
Los clientes han
cambiado, pero él se sigue defendiendo. El concepto de “ama de casa” de antes,
ya casi no existe, ni siquiera el modelo de familia. Ahora la gente joven acude
a otras horas y compra menos cantidades, aunque siguen prefiriendo la frescura
que da un mercado.
Un poco más allá
Jesús recuerda cuando, de niño, visitaba el puesto de sus padres, que antes
había sido de sus abuelos. Vendían aves pero, sobre todo, conejo de monte. Su
madre, siempre con un delantal blanco, impecable. El mercado era su gran sala
de juegos. Cuando no estaba en el colegio, compartía travesuras con los hijos
de otros comerciantes. No existían los campamentos de verano y en los pasillos jugaban
al fútbol o al escondite. Aunque, durante un tiempo ayudó en el negocio
familiar, pronto le contrataron en una charcutería, donde aprendió el oficio y
conoció a Toñi, su compañera de vida y de negocio ya que, años después, se hicieron
con un puesto propio.
Jesús habla con
cariño del equipo de futbol sala del mercado, en el que jugó, y que llegó a
presidir. Estaba en segunda división. Es una muestra de que, entre estas
paredes, se encierran muchas pequeñas historias.
Emilio comenzó
de aprendiz, los hermanos Robledo le enseñaron el negocio de la pollería y,
cuando se jubilaron, se quedó al frente. Nadie le ha regalado nada, ha
trabajado duro para poder estar donde está. Su padre era repartidor y, de su
mano, conoció todos los secretos de este mundillo. Antes de regentar su propio
negocio, trabajó de frutero, había que buscar trabajo dónde lo había.
La frutería
Hermanos Ortiz, en el frente bajando la escalera principal, quedó escondida con
la instalación del ascensor, aunque, puesto en la balanza, no ha sido un
inconveniente. Todo el mundo utiliza el ascensor y pasa por delante de su
puesto. Abastece a los mejores restaurantes de la zona y a unos clientes fieles
que, con los años, reciben la fruta a domicilio y todo lo que necesitan, aunque
no sea fruta y verdura. Es la confianza que da el estar tratando con las mismas
personas durante años.
Paco Ortiz, pudo
estudiar y, según sus profesores, servía para ello pero, ayudando a su padre y
a su tío durante los fines de semana y las vacaciones, se le metió dentro el
gusanillo del mercado. No quiso dedicarse a otra cosa. Ha sido y es feliz aquí,
pero reconoce que es muy sacrificado, no lo quiere para sus hijos, ellos se
merecen vivir de otra manera.
Dani ha
emprendido un proyecto de futuro, dándole a su carnicería, un aire nuevo,
propio de los mercados gourmet. Porque, desde hace unos meses, se realizan
eventos, degustaciones, ferias de artesanía, todo lo que se pueda para
revitalizar la zona.
Mi última
historia es para los clientes, los que vinieron de la mano de sus abuelos y
siguen en el barrio y los nuevos que han descubierto que la cercanía con las
personas, es más agradable que la frialdad de las grandes superficies.
Unos y otros
conforman un mosaico que forma parte de nuestra historia más cercana y de
nuestro presente.
Qué será de este
mercado, nadie lo sabe, hoy por hoy están intentando conservar la forma
tradicional de comprar, lo que le convierte en un rincón con muchísimo encanto.
Publicado en la revista Tardes en Sepia nº 5
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