Se habían conocido cuando él ya no estaba en la plenitud de
su juventud, aunque seguía siendo joven, y llevaba sobre la espalda una
relación herida de muerte.
Se enamoraron y decidieron emprender una vida juntos,
poniéndose el mundo por montera, huyendo de los estereotipos, usando el corsé
social, que tanto nos aprieta a veces, solo cuando era imprescindible,
disfrutando de sus respectivas familias en los momentos en los que su presencia
era requerida, en lo bueno y en lo malo y viviendo la vida a su manera, ni
mejor ni peor que la de los demás, simplemente, diferente.
Trabajando porque hay que vivir y qué mejor que poder
hacerlo en cosas que te gustan, defendiendo los ideales que comparten y
luchando por todo aquello en lo que creen, de diferente manera según se han ido
haciendo mayores, pero manteniendo sus principios intactos. Los viajes al norte
o al sur, las películas en versión original, vivir sin televisión, defender la
vida de barrio en tu propio barrio, los proyectos solidarios…
Juntos han compartido las enfermedades de sus padres, la
vejez de los seres queridos, la orfandad y también la alegría del aumento de
sus familias.
Lo que más me gusta es que siguen teniendo, muchos años
después, esa sonrisa al mirarse, esa alegría en sus ojos que, si no es amor, se
parece mucho. Me imagino el diálogo, una tarde del caluroso verano de Madrid,
oliendo a jazmín, sí, porque en su casa huele a jazmín.
— ¿Y si nos casamos?
— Me parece bien, es mejor tener las cosas arregladas. Lo
miro ahora mismo, a ver qué hay que hacer…
Y así, sin más preámbulos empezó a girar la rueda de la
burocracia, era un gesto necesario pero sin ningún símbolo, era un trámite. Lo
importante ocurrió hace ya muchos años, sin firmas y sin papeles, el día que
decidieron unir sus vidas.
Hoy hace un día gélido, de esos que se recuerdan porque al
termómetro le ha costado llegar a los números positivos Y hoy…se han casado.
Precioso!!
ResponderEliminarGracias :)
EliminarFelicidades!
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